top of page
Fondo blanco

Elvio Cáceres

Foto Silvio.png

​

Por José Ricardo Silva Plazas

 

El poeta, muy puntual, esperaba en el centro del parque, ante la estatua del sabio Caldas. Vestía una camiseta amarilla tal como, por teléfono, previamente, había advertido para facilitar que fuera reconocido. Al verme aún a lo lejos, al suponer que era yo aquel con quien había acordado una entrevista, alzó un brazo y la cabeza, denotando lo que no podía ser menos que una interrogación, la pregunta: “¿es usted?”. 

 

     Nos dimos la mano y me preguntó dónde quería que nos sentáramos; yo le dejé la decisión, según su comodidad. Al ver que una pareja abandonaba una de las bancas del centro del parque, llegamos allí con pasos largos y nos sentamos: él con la pierna cruzada y su maletín remendado en medio; yo, mal sentado, con mi bicicleta cayéndome sobre las rodillas, diligente con la grabadora de voz, mi cuaderno y la presencia de un poeta, de los pocos con los que -teniendo conciencia que es poeta- he interactuado. 

 

     Ante este hombre es posible tratar cuestiones que otras personas podrían ver como demasiado románticas, demasiado delicadas: incomprendidas e ignoradas. Sentía un genuino interés por el poeta y las preguntas preparadas por mí con anticipación fueron, en realidad, muy gruesas, muy generales, insuficientes para descubrir los misterios que con las sensibles nociones del interlocutor se podrían desvelar. 

 

     A Elvio Cáceres yo lo había conocido meses atrás, al leerlo en un poemario inesperado tomado al azar de la biblioteca del Laboratorio de Medios Universitario Co.marca, y tanto me gustó que quise llevarme el librito para no devolverlo. Ahora, que ya lo conocí personalmente, me ha dicho que me regalará un ejemplar de uno de sus poemarios, a lo que le agradecí diciendo que así me evitaría el pecado de robar aquel en el que lo leí por primera vez. Es de hablar suave, ríe mucho, es amable y demuestra mucho afecto por sus amigos. Su alegría es frenética cuando escucha algún chiste ingenioso. 

 

     Elvio Cáceres nació en el barrio Alfonso López, de la ciudad de Popayán, en medio de carencias económicas, protegido por su madre, soltera, llegada de Tumaco. En su adolescencia vendió periódico y se dedicó a laborar en diferentes oficios de la calle, todo mientras cantaba y componía sus propias canciones, de las que empezó a advertir cierto contenido importante que resultó siendo poesía. 

 

     ¿Cuál es la diferencia entre una canción y un poema?, le pregunto, y me dice que las canciones son más tiradas al azar, mientras los poemas son más “solemnes” y “con una connotación más espiritual”, han de ser más elaborados, pensados, mientras que las canciones pueden ser compuestas con un mero tarareo. 

 

     En su niñez, se empezó a entrenar como poeta con los favores que sus compañeros de escuela le pedían; versos para la novia, versos para mamá; entonces, así, se ganaba, además de un inconsciente estímulo para la fuerza de su sensibilidad, monedas para comprar melcochas, bananas. 

    Rafael Pombo, dice. Le gustaba declamar a Rafael Pombo. Rin Rin Renacuajo y Simón el bobito son inevitables en la escuela. Luego habla de Pablo Neruda y de los Nadaistas, luego de Octavio Paz, Rubén Darío, Antonio Machado. ¿Quién le recomendó a Neruda?, le pregunto. “Neruda fue una casualidad”, responde. Claro, como toda lectura que uno alguna vez haya disfrutado: pareciera que la literatura lo escogiera a uno, y es lo que dice, tal cual, Elvio Cáceres. “La literatura lo escoge a uno”. A los Nadaistas los leyó en el periódico. Elvio es de las pocas personas que supo aprovechar la casual literatura que algún editor permitía en los diarios.

 

     El poeta Elvio Cáceres trabaja en la calle, vende diferentes artículos útiles para el hogar, está al servicio de los peatones, de quien necesite con urgencia algún elemento. Al final de la entrevista me ofreció cuchillos y piedras de afilar. Yo, cuchillos ya tenía; no piedras de afilar, así que le compré una por la mitad del precio, ya que no tenía más dinero y él insistió en que me la quedara. 

 

     Así pues, el poeta siempre está ocupado; entonces, lo que hace, para no dejar de ser poeta, es escribir en su mente -así él lo dice- y, sin afanes, sin la pretensión de escribir demasiado para no cansar ni ultrajar lo delicado de la poesía, escribe verso por verso, respetando lo sagrado de los instantes, para mantener el libre albedrío sobre cada idea y sensación, y luego sobre cada palabra. No, los versos no se le olvidan cuando son buenos, así es como se van depurando sus futuros y potenciales textos. 

 

     Puede decir de memoria la mayoría de sus poemas. Por supuesto, dice, no hay que copiar a los poetas, “hay que amarlos, pero jamás plagiarios”. Prefiere el verso libre y cita a Valencia, pero para contrariarlo: “él decía que había que sacrificar a un mundo para pulir un verso; yo digo lo contrario: hay que sacrificar un verso para pulir un mundo”. No admite que haya que restringir la libertad de las ideas con tal de cumplir con una rima, sabe que si algo debe preocupar al poeta es mantener la musicalidad y la hermosura de cada verso, pues el objetivo del poema es deleitar a quien lo lea.

 

     De las críticas, recuerda solo las buenas, las que lo han llevado a ser mejor. 

 

     A la pregunta “¿qué es lo más importante que debe tener alguien que se llame poeta?” Elvio responde: “que no se crea poeta”. Luego, de memoria -lo que le da una auténtica autoridad sobre el espacio-, recita algunos versos de su autoría: “No fue para hacerme poeta que escribí sino, para sentir que existo”. 

 

     Deja claro que ser “el poeta” nunca fue una pretensión suya, pareciera que llamarse a sí mismo de ese modo le parece grosero y, entonces, usa a modo de eufemismo la denominación: “hacedor de frases”. Dice que, de los poetas, aprecia que “no estén contaminados de diccionario”, que sean honestos y no intenten usar otras palabras más que las de su cotidianidad. 

 

     La poesía le ha regalado amigos y de estos solo espera que, al menos, recuerden alguno de sus versos.

 

     Viajero del canto es uno de sus poemarios y está dedicado a la Naturaleza, que le apasiona. Dice no soportar que se le maltrate, a las plantas, los animales. Su flor favorita es la gardenia, flor que conoció de nombre -nombre de buen sonar- desde que escuchó la canción “dos gardenias para ti”, que canta bien entonado. Su ave favorita es el chicao. Añade que si  pudiera tener un poder de la Naturaleza sería el de la regeneración.

 

     Vivió muchos años en la isla de San Andrés, donde se encontraba un hermano suyo. Allá conoció el Blues y a sus intérpretes, a los que les ha compuesto más de un poema. En San Andrés creó gran parte de su obra pero allá mismo la perdió. Dice que, por esa experiencia y por el natural temor a los devenires de la calle, no se atrevió a traer a la entrevista su nuevo trabajo, “Aguas Siderales”, ya terminado, al que no le falta más que el prólogo pero del cual no posee más que el original. Ahora trabaja en otros libros, entre los cuales se encuentra una novela.       

 

     En el Caldas se paseaba el tintineo del carrito de los helados. Las nubes negras se iban posando sobre los pinos gigantes, ya mutilados. Un niño traía una paloma entre sus manos mientras Elvio conversaba. El niño veía bajo sus alas y observaba con cuidado sus llagas. Hacía gesto de lanzarla al aire mientras se iba caminando. Las torcazas revoloteaban entre las ramas bajas de un pino. 

 

     “La poesía es un medio de transporte donde viajan cómodamente las palabras”, dice el poeta Elvio Cáceres, poeta ambulante, poeta que no se cree poeta.

bottom of page